domingo, 27 de marzo de 2016

Entrenamiento. Semanas de fortalecimiento 1 y 2

Hoy terminé las primeras dos semanas del programa de fortalecimiento de Jay Johnson. ¡Qué envidia me da Sara Vaughn en los videos explicativos! Cuando la vi mostrar estos ejercicios me parecieron una pavada. Sin embargo, al empezar a hacerlos yo... ouch! ¡Cómo cuestan! En algunos casos, como con las planchas, me la pasé temblando como un flan y al día siguiente sentía partes de mi cuerpo cuya existencia era hasta ese momento desconocida.

De todas maneras, logré terminar este primer ciclo sin sentir que estaba a punto de quebrarme. Es decir, resultaron ejercicios exigentes, pero realistas. Y los movimientos del último día de la segunda semana me resultaron más fáciles que los del primer día de la semana 1. No es un programa que me convertirá en un superhéroe, pero seguramente luego de estas 8 semanas estaré más fuerte que al principio y podré arrancar con el entrenamiento para el maratón de octubre.

Mañana entro en la segunda etapa, que abarca las semanas 3 y 4 del programa. Algunos ejercicios no cambian, otros duran más (oh, no, ¡las planchas!) y se agregan algunos nuevos. Suena como un desafío intenso, pero no desproporcionado. Así que voy a seguir adelante. Entre las cosas que me motivan está el hecho de que muchas fuentes insisten en que cuando uno pasó los 40, si querés hacer ejercicio de manera regular y no lesionarte, tenés que cuidarte. No me interesa (y tampoco puedo) correr a toda velocidad. Mis prioridades son poder hacer ejercicio de manera regular durante toda la vida. Nada más... ¡y nada menos!

Así que el espíritu de invencible quedará en el sillón de jugar a la Play, al lado del ego. Después de todo, estoy a años luz de los ágiles corredores de Carrozas de fuego y muy (pero muy) cerca del Señor Increíble, el protagonista gordo de Los Increíbles. Semanas 3 y 4, allá vamos.


lunes, 21 de marzo de 2016

Entrenamiento

Tras  una semana de descanso luego de participar en la Black Rock Ultra Trail, empecé un plan de fortalecimiento de dos meses. El objetivo es fortalecerme para poder, después, empezar a entrenar para correr mi primer maratón.

Estoy saliendo a correr muy tranquilo cuatro veces por semana. Antes de empezar, hago la matriz de zancadas y los balanceos de piernas (encontrarás los detalles sobre estos balanceos a partir del minuto 5:10 en este video).


Al volver, hago el plan de 8 semanas de Jay Johnson. En este momento estoy en la semana 2. La secuencia me gusta por varios motivos: en primer lugar, no promete convertirte en un superhéroe de manera instantánea, sino que es progresiva. Es decir, busca fortalecerte de manera gradual. En segundo lugar, porque para llevarlo a cabo no se necesita ir a un gimnasio, ni comprar nada. No hace falta más que voluntad. Sí, ya sé, no es fácil juntar las ganas, pero, ey, vamos, media pila. Sos solo vos, en tu casa, con tu culo gordo y tu panza. Sin gastos, sin gente que te mire, sin glamour y sin distracciones.


Una cosa que me llamó la atención es que Jay recomienda hacer los ejercicios inmediatamente después de ir a correr. En mi ignorancia, yo hubiera separado las salidas a correr de las sesiones de ejercicio. Estaba equivocado. Es más, el entrenador organiza los días en fáciles y difíciles (más sobre este tema en un futuro post), de modo que los días en los que uno corre más, también sean aquellos en los que debe hacer la parte más exigente de los ejercicios de fortalecimiento.

lunes, 14 de marzo de 2016

Crónica de carrera: El Durazno 2016


De cómo elegí El Durazno: ganas de más y mejor

Octubre de 2015
Luego de correr por primera vez fuera de la ciudad a principios de 2015, me decidí a participar en una segunda competición en este tipo de circuitos no urbanos. Aquella primera carrera, de 10 km. en las sierras de Tandil, tuvo lugar un día de muchísimo calor y con gran cantidad de participantes. Si bien la experiencia había sido muy buena, para esta nueva etapa quise buscar una fecha con temperaturas no tan extremas, una distancia mayor y un circuito menos concurrido.
Después de investigar un poco, encontré una carrera que parecía interesante: la Black Rock Ultra Trail, que se correría en la zona de El Durazno, cerca de la localidad de Villa Yacanto, en la Provincia de Córdoba, Argentina. Se podía participar en 4 distancias: 5, 12, 18 y 28 kilómetros. En comparación con nuestra carrera anterior, esta parecía menos concurrida y el hecho de que hubiera cuatro recorridos para elegir nos daba mucha libertad. No era una carrera para expertos corredores de cientos de kilómetros, sino algo que parecía más a nuestro nivel. Así fue que mi pareja y yo nos inscribimos. Lo que sigue es la crónica de ese viaje.

El entrenamiento: soy un boludo

Noviembre de 2015
Nunca me gustaron los deportes y no tengo un buen estado físico. Por eso, decidí entrenar durante dieciséis semanas, como para llegar a la carrera en buenas condiciones. No quería llegar mal preparado al día de la largada. Esta idea inicial era buena, pero en el camino surgieron algunos obstáculos. Poco después de empezar a prepararme, haciendo ejercicios en casa me rompí los meniscos de la rodilla derecha. La lesión me obligó a cambiar algunos de los ejercicios de fortalecimiento que estaba haciendo (flexionar al límite la pierna derecha, como por ejemplo cuando estoy sentado con las piernas cruzadas, se convirtió en un problema), pero correr no me producía dolor ni molestias. Luego de tomar una radiografía y hacer una resonancia magnética, la indicación médica fue que, mientras no doliera, podía seguir adelante.

Cometí un error al elegir el plan de entrenamiento: opté por un programa diseñado para mejorar los tiempos en media maratón. Mi razonamiento al elegir este plan había sido el siguiente: ya había corrido dos medias maratones y conocía el tiempo que tardaba en recorrer esa distancia; la carrera de montaña era de una distancia un poco menor (18 km. en vez de los 21 km. de la media maratón). Si elegía un plan de entrenamiento más exigente que el que había usado en las dos medias maratones y lo cumplía con éxito, lograría desarrollar un mejor estado físico, y, por lo tanto, estaría bien preparado para enfrentar la distancia que, después de todo, era de solo 18 km. ¿No es cierto?

16 de febrero de 2016
No, no era cierto. La lección llegó de manera violenta: cuando faltaban tres semanas para la carrera, una mañana amanecí con las piernas duras, totalmente rígidas. Dos días antes, confiado en lo que yo creía que era un gran estado físico logrado con tres meses de entrenamiento, había decidido remplazar la última corrida larga de 21 km. en el llano (los que saben, a esas corridas largas les dicen “fondo”) con 15 km. de trote en pendiente, que incluían unos modestos 6 km. en la montaña. Quedé arruinado por una semana. Apenas podía caminar. Las escaleras se convirtieron en obstáculos insalvables. Cuando se lo conté a un amigo que corre de verdad, fue contundente: obvio, boludo, ¡no hiciste una sola cuesta en todo el entrenamiento! Así aprendí que si uno va a correr una carrera en la montaña, tiene que entrenar... ¡para correr en montaña! Ahora me parece obvio, pero en su momento no. Y era demasiado tarde como para introducir cambios significativos.

Camino a El Durazno: asientos de lujo y milanesas de goma

3 y 4 de marzo de 2016.
Tres días antes de la carrera viajamos hacia Córdoba. A El Durazno se llega por ruta. No hay estaciones de tren ni aeropuertos cerca. Salimos desde Retiro en un viaje nocturno a bordo de un bus con servicio suite, de una empresa elegida al azar entre las varias que realizan el recorrido hasta Santa Rosa de Calamuchita, lugar de trasbordo hacia El Durazno.
El viaje desde Buenos Aires fue muy placentero. Un par de horas después de partir se anunció por los parlantes que en unos instantes se serviría la cena, momento durante el cual no sería posible usar el baño. Mi novia y yo estábamos en el piso superior. Mientras el auxiliar de a bordo empezaba con el servicio de cena, mi pareja bajó al baño. Cuando volvió, el auxiliar le puso los puntos. Yo soy bueno y no tengo problema, dijo, pero mientras se sirve la comida no se puede usar el baño. No hay que molestar a la gente que viaja abajo. Yo soy bueno, repitió, pero otros auxiliares te van a reputear si lo hacés. Perdón, perdón, dijo ella mientras se sentaba de nuevo en su asiento y el hombre encastraba una gran bandeja plástica en dos agujeros ubicados a cada lado de su asiento. Sobre la estructura, que impedía que los maleducados fueran al baño cuando estaba prohibido (yo soy bueno), el muchacho apoyó una bandeja más chiquita con la cena. Ahora sí, no había escapatoria. Sólo quedaba comer.
Dos cucharadas de arroz blanco frío hervido acompañado por media docena de arvejas y unas trazas de zanahoria rallada, una lámina gomosa e irrompible cubierta con pan rallado (quizás hubiera sido útil para corredores que necesitaran un cambio de suelas); de postre, una feta finiiiiiiiiiiiiita de pionono con dulce de leche con una bolita roja de gelatina en el medio. Acompañamos la comida con un poco de agua. También había gaseosas azucaradas de una primera marca. Mientras llenaba los vasos, el bueno nos hizo saber que solo tenía tres días libres por mes. Buen provecho. Para finalizar nos ofreció café, whisky y licor -de no tan primeras marcas- que se llevaban muy mal con su camisa blanca.

Desayuno en la terminal de Villa Yacanto
Los asientos, reclinables casi 180 grados, incluían manta y almohada. Dormimos toda la noche. Por la mañana, el bueno de la camisa casi blanca sirvió el desayuno: café instantáneo y un alfajor guaymallén. El edulcorante te lo debo. Casi a las ocho llegamos a Santa Rosa de Calamuchita. Tras bajar, tomamos un segundo desayuno en el bar de la terminal: café con leche, caseritos, una manzana y yogur. Un rato después estábamos subiendo a un minibús con el que cubrimos el trayecto de 50 minutos hasta Villa Yacanto. El último tramo del viaje, desde Yacanto hasta El Durazno, fue en taxi. Llegamos a la posada. Antes de despedirse, el taxista nos dio su tarjeta: acá no hay señal de celular, así que si me necesitan pidan prestado el teléfono del restaurante.

El lugar: reconocimiento y preparativos

5 de marzo de 2016.
El día previo a la carrera lo usamos para recorrer el lugar. Por la tarde, cada uno por su lado, Anna y yo salimos a trotar alrededor del poblado. Así descubrimos que el circuito estaba identificado con marcas rojas, bien visibles. Nos encontramos media hora después en el único camino de acceso. Ese mismo día empezaron a llegar los participantes.


La largada sería en dos grupos: un primer turno para quienes participaban en las distancias de 28 km. y 18 km, y un segundo para los de 12 km. y 5 km.
El recorrido, bien marcado

6 de marzo
El día de la carrera, bien temprano, nos acercamos al complejo Kalahuasi. Allí, en una especie de gran quincho a orillas del río Durazno, estaba montada la mesa de acreditaciones. Los organizadores nos entregaron una bolsa con una remera (habíamos elegido el talle al inscribirnos por internet), el número de participante con cuatro ganchitos para colocarlo, un envase de 200 cm3 de jugo de naranja, un paquete con frutos secos (almendras, maníes y pasas de uva), una pulsera de papel para identificar a los participantes dentro del predio y un volante con el calendario de carreras del año. Me gustó que no hubiera comida chatarra, como suele ocurrir en muchas de las carreras que se realizan en la ciudad de Buenos Aires.
Como aún faltaban casi tres horas para la largada, volvimos a la posada para desayunar. Lo malo de correr fuera de nuestra ciudad es que a veces uno no puede alimentarse exactamente como quisiera. Lo bueno es que quizás esa comida no deseada resulta riquísima: pan casero con manteca y dulce de leche, mate, queso duro y una banana fue nuestro desayuno. Mi equipo: calzas cortas, medias hasta la rodilla, mochila cargada con casi dos litros de agua, almendras y un poco de pan.

La largada: incertidumbre y promesa de choripán

Antes de la largada, la organizadora Tania Díaz Slater dio un informe técnico con información sumamente útil. Mientras algunos se quedaban charlando en el quincho, muchos se juntaron alrededor de la oradora, quien dio detalles como la ubicación de los puestos de hidratación, las características del terreno, los sitios donde se ubicaban los banderilleros, etc. Esto se hizo para cada uno de los circuitos (5, 12, 18 y 28 km.). En esa charla inicial, Díaz Slater enfatizó la importancia de no tirar basura a lo largo del recorrido. En otras carreras de este tipo este pedido no se hace, pues se asume que la gente no va a acatarlo.

Había decidido tomar el esfuerzo con calma. Nunca había corrido 18 kilómetros en montaña y no estaba seguro de cómo reaccionaría mi cuerpo en un circuito que la organizadora calificó como “exigente”. El objetivo que me puse fue terminar la carrera en buena forma, sin pensar en lograr un tiempo específico. No iba a controlar la velocidad. Sólo programé una alarma cada 15 minutos para recordarme que debía beber un poco de líquido. Los dos litros que llevaba en la espalda eran más que suficiente, aún teniendo en cuenta que hacía bastante calor. En mi cabeza quedaron rebotando las palabras de la organizadora: “la recomendación en este tipo de circuitos es ir de menos a más; no se entusiasmen demasiado al comienzo; guarden sus energías para el final”. Con esa mentalidad me acomodé en el pelotón de largada.

La salida de El Durazno
Arranqué último. A unos quinientos metros de la línea de partida, mientras entrábamos en una primera subida leve que nos llevaría hacia la salida del pueblo, una señora gritaba frenética: ¡suerte, chicos, vamos! ¡Vamos que los espero a la vuelta! ¡Vendo choripanes y cerveza! No sé si fue el calor o los nervios o qué, pero la imagen de un choripán y una cerveza me dio ganas de vomitar.

La carrera: tirá para arriba

Los primeros siete kilómetros fueron bravos. Subidas largas y empinadas, a veces en forma de zeta, otras simples e interminables rectas. Aproveché los breves tramos horizontales o en bajada para recuperar el aire y tratar de bajar las pulsaciones. Al llegar al kilómetro 6 empecé a oír a algunos que se preguntaban dónde estaba el anunciado puesto de hidratación del kilómetro 6,5. Con el terreno empinado y con curvas, la distancia visual no era mucha. El puesto podría estar tras la próxima curva... o no. Tras pasar el punto donde supuestamente estaba el puesto sin novedad, yo también empecé a preguntarme qué estaba pasando. La cuestas seguían siendo marcadas y hacía calor. ¿Cuánto más habría que andar hasta la primera pausa?
Km 7: Nada por aquí, nada por allá. ¿Dónde está el puesto?
-Ves, eso nos faltó, dijo una chica pocos metros detrás de mí cuando me detuve unos segundos para tomar una foto. ¿Qué?, dijo una segunda voz, haciendo un esfuerzo para hablar. Eso nos faltó, repitió molesta y en voz baja la chica, como tratando de que nadie la oyera. ¿Qué cosa?, dijo el hombre en un hilo de voz, no tanto para ser discreto sino porque a esa altura de la subida no tenía aire como para ponerse a charlar con nadie. La camarita, dijo ella. Así podríamos parar un poco. El hombre no contestó. Unos minutos después dijo, más para sí mismo que para la mujer: vamos, vamos que estamos casi en la mitad. De hecho aún quedaban más de dos tercios del recorrido por delante. Pensé en alertar al hombre de su error, pero después descarté la idea. Ya descubriría por sí mismo que todavía estaba lejos de la meta. Pocos minutos más adelante, al costado del camino apareció una mesita. Habíamos andado más de 7 kilómetros. Detrás de la mesa, dos chicos con muy buena onda repartían agua y bebidas deportivas frescas. Había también trozos de bananas y naranjas en cuartos. Llegar a ese puesto fue un alivio. Estaba cansado y, por las caras que veían alrededor de la mesa, no era el único.

Una refrescada en el camino.
 Foto: Pablo Hernán Tolmasky
Algo más adelante, un arroyo atravesaba el circuito y obligaba a avanzar con el agua hasta las rodillas. Inseguro, me detuve en la orilla. En medio del río, una mujer bajita avanzaba despacio, zapatillas en mano. A mi lado un hombre empezaba a quitarse el calzado. El agua, transparente, dejaba ver las filosas piedras del lecho. Ni en pedo, pensé. Prefiero mojarme antes que terminar con un pie cortado. Entré en el agua. Estaba bastante fría (el agua que llevaba en la espalda, en cambio, se había ido entibiando con el calor de mi cuerpo y el sol), así que aproveché para beber un poco y mojarme la cabeza. Si bien no era sofocante, a esa altura del recorrido (estábamos aproximadamente en el kilómetro 15), el calor se hacía sentir; el cansancio también.


Km 16. ¡Almendritas!
Hubo algo en el cruce de ese arroyo que me hizo sentir muy bien. Quizás era la sensación de aventura, quizás el agua fresca bajando desde mi cabeza, o tal vez simplemente fuera que las endorfinas habían entrado en acción. Sea lo que fuere, la llegada al puesto del kilómetro 16 me encontró de muy buen humor. Cuando creía que las cosas no podrían estar mejor, vi que el puesto, además de ofrecer bebidas y frutas frescas, tenía frutos secos salados, pasas de uva y galletas. ¡Excelente! El lugar marcaba también la bifurcación del camino: hacia la derecha debían seguir quienes se aventuraban a los 28 kilómetros. A la izquierda iríamos los que participábamos en el circuito de 18.

 

Llegada: medalla, foto y papas fritas

Tras una nueva subida, la mayor parte del trayecto restante fue en leve pendiente descendente. Atrás quedaron los últimos voluntarios (que recorrían el circuito verificando que no hubiera participantes en problemas) y la pareja de bomberos apostada en la última bifurcación del camino. De pronto apareció un corredor, jadeando, que al ver a los bomberos les preguntó si ya habían cruzado por allí muchos corredores del circuito de 28 km. Los bomberos no tenían ni idea (¿por qué habrían de tenerla?). El tipo, estresado, desapareció tan rápido como había llegado.
Poco después surgieron los gritos de aliento y la música. Estábamos por llegar al final. A lo largo de los últimos doscientos metros, quienes ya habían terminado daban ánimo a los que todavía estábamos en carrera. Al cruzar la meta, mientras alguien me colgaba una medalla en el cuello, un locutor anunciaba mi nombre y se disculpaba por no poder pronunciar el apellido. La historia de mi vida, pensé. Un chico me indicó dónde había un nuevo puesto con comida y bebida. Entre anuncio y anuncio de quienes iban llegando, la voz repetía el pedido hecho al inicio para que la gente no tirara basura al piso. Ahí me di cuenta de que, a diferencia de lo que había ocurrido el año anterior en Tandil, en esta carrera la cantidad de desperdicios que encontré fue mínima (dos botellas y dos envases de gel). Me quedé con la sensación de que si la organización destaca la importancia de no ensuciar el paisaje, los participantes se hacen cargo, guardan la basura (envases usados de gel, envoltorios de caramelos, etc.) en sus bolsillos y llevan las botellas vacías en sus manos hasta el siguiente puesto.

No te preocupes por el apellido; está todo bien.
Foto: Luciana Doeyo Fotografía
Terminé cansado, pero entero y muy feliz. No tenía energía como para quedarme a ver la entrega de premios. Tras correr sus 5 km., Anna había llegado mucho antes que yo. Ya bañada y cambiada, estaba tomando sol en la playa. Tras el reencuentro, charlamos sobre cómo le había ida a cada uno. Luego ducha, juntar nuestras cosas y empezar la vuelta a casa. Nos fuimos de El Durazno en la caja de una camioneta que nos levantó mientras hacíamos dedo para salir del pueblo. Nunca vimos a la señora que ofrecía la cerveza con chori que casi me hace vomitar en la largada. Al llegar a Villa Yacanto, mientras esperábamos el primer bus, compartimos un lomito completo (sándwich de carne, lechuga, tomate, jamón y queso, en pan francés) acompañado por papas fritas y una pilsen Córdoba. Fue una manera fabulosa de cerrar el fin de semana. El Durazno nos dejó muy contentos, y con ganas de volver.


Info complementaria


Los resultados y una gran cantidad de fotos sobre este evento están disponibles en https://www.facebook.com/blackrocknighttrail/photos_stream. La carrera forma parte de una serie llamada BlackRock Trail Series, que incluye competencias como la Champa Ultra Trail (que se realiza en el Cerro Champaquí el 30/04/16) y la Night Trail (programada para el 10/12/2016 en Villa Yacanto de Calamuchita). La empresa organizadora es Mountain Race Logística.


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