El 27 de agosto corrí en Villa Pehuenia, una pequeña localidad en la costa norte del lago Aluminé, en la provincia de Neuquén, Argentina. Lo que sigue es una larga crónica de ese viaje y la experiencia de andar en zapatillas en nieve y hielo por primera vez.
Ida: el juego de la silla
El viaje de ida fue más largo de lo que esperaba. Luego de dormir alrededor de tres horas, la madrugada del jueves 24 salí hacia Aeroparque. La partida estaba programada para las 07:40. Cuando ya había pasado los controles de seguridad, por los parlantes anunciaron que el vuelo estaba demorado. Agradecí tener conmigo unas bananas y un mix de frutos secos. Me compré un café doble, lo tomé y me senté a esperar. Para aprovechar el tiempo, me puse los auriculares y empecé a meditar (estoy dando los primeros pasos en ese campo; practico todas las mañanas y todavía no sé si me gusta). En medio de la sesión de meditación, una señora me sacudió el hombro a la voz de "permiso", para que corriera la mochilita de hippie con Osde que había dejado en el asiento de al lado. Poco después llamaron para embarcar.
En el colectivo que nos llevó desde la terminal aérea hasta el avión, a mi lado iban una periodista y un camarógrafo. Ella hablaba de cómo, en el pueblo de donde era, todo el mundo conduce desde pequeño. "Mi hermano, cuando empezó a manejar, era tan chico que no le daba el largo de las piernas para pasar los cambios. Cada vez que tenía que apretar el embrague, se le paraba encima y desaparecía bajo el volante". En realidad, la periodista no decía embrague. Decía embriásh. El hermanito apretaba el embriásh. "Si venía alguien de frente, le daba la sensación de que el auto se manejaba solo. ¿Entendés?" El camarógrafo entendía.
El colectivo paró junto al avión. A pesar de que el vuelo estaba casi completo, en la fila que me tocó no había nadie (más tarde, con el traslado en tierra, no tendría la misma suerte). El comandante se disculpó por la demora y partimos. Dos horas después aterrizamos en Neuquén.
Tomé un segundo café con dos empanadas de pollo en el único bar del aeropuerto. Al mediodía llegó el micro Albus que una vez por día cubre la distancia entre la ciudad de Neuquén y Villa Pehuenia. En teoría, el viaje dura siete horas (la realidad fue un poco distinta). Al subir, encontré que en mi asiento había un señor de alrededor de sesenta años, con pelo blanco y tupido. "Perdón...", balbuceé tímidamente, pasaje en mano. Y antes de que pudiera terminar la frase, el hombre me miró con cara de pocos amigos. "Acá da todo lo mismo - dijo el señor. Hay lugar de sobra". (Por un instante, por un ligerísimo instante, estuve a punto de rendirme ante la mirada firme del señor de pelo blanco. A fin de cuentas, ¿qué tenía de especial el asiento 28A? Podía usar el 29A o el 33B, o algún otro que estuviera libre ¿no?. Quizás el señor tenía razón. Quizás daba igual todo igual. Pero después pensé que tal vez, mientras yo estuviera cómodamente sentado dormitando feliz en el 29A o el 33B, en una parada cualquiera subiría alguien con un pasaje para el 29A o el 33B a quien no le daría todo lo mismo como al señor, y yo tendría que embarcarme en una segunda negociación innecesaria sobre el asiento en plena precordillera neuquina). No me moví; permanecí parado al lado de mi 28A. "Bueno", dijo el señor canoso revoleando los ojos. "En el micro hay lugar para todo el mundo, pero si vos querés sentarte justo acá, no hay ningún problema". Se incorporó muy lentamente, tomó el bolso y el abrigo con los que se había apropiado también del 28B, levantó el culo del 28A y mientras me pasaba a pocos centímetros de la cara, me preguntó: ¿Vos no sos de acá, no?. Y yo: No.
-Vas a Pehuenia?
-Sí.
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| En camino de Neuquén a Pehuenia |
-Sí.
-Con razón. Tenías cara de k21.
Lo tomé como un halago. Me senté en el 28A y traté de dormir un rato. El bus se detuvo a mitad de camino. Había mal tiempo. ¿Señal de celular? Te la debo. Viento fuerte y hielo sobre la ruta obligaron a poner cadenas en las ruedas, tarea que emprendieron los dos choferes ayudados por otros tantos policías que venían a bordo. Algunos de los viajantes, entusiasmados, bajaron a ver la maniobra. Con un principio de mareo (viajar en un vehículo cerrado no está entre mis actividades favoritas), opté por quedarme en mi asiento y tratar de relajar el estómago. A los pocos minutos, quienes habían bajado volvieron restregándose las manos y con la curiosidad congelada por el viento. Después de un rato, ya encadenado, el micro arrancó otra vez y seguimos avanzando a marcha lenta. Llegamos a Villa Pehuenia ocho horas después de haber salido. Mi anfitrión me estaba esperando. Me puse las botas de goma, bajé a la calle nevada y oscura, y en pocos minutos estuvimos en la hostería.
Paseo y preparativos
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| Laguna verde |
Luego del desayuno fui a caminar con Chopper, guía local que resultó ser también entrenador y ex corredor de ultra distancias (carreras de más de 42 km.). El día estaba soleado y, a paso muy tranquilo, hicimos 14 km a pie hasta la laguna Verde, un pequeño espejo de agua entre los lagos Moquehue y Aluminé. Chopper me contó que, para proteger los pies en carreras largas, él se ponía cinta médica y luego aplicaba vaselina para quedar a salvo de los efectos de la fricción.
El sábado fui a buscar el chip y el número. La organización
decidió hacer la entrega a 10 kilómetros del pueblo, en la
confitería del centro de esquí en el cerro Batea Mahuida,
administrado por la comunidad mapuche local. Corredoras y corredores
estuvieron dando vueltas por el pueblo, buscando la forma de llegar
al punto de entrega. La organización había puesto un micro, pero
hubo algunos errores de comunicación y mucha gente no se enteró.
Cada quién con su porqué
La noche anterior a la carrera me desperté varias veces, pero en vez de comerme la cabeza con que estaba durmiendo mal, traté de navegar la situación lo mejor que pudiera. Esto es algo que estoy intentando poner en práctica desde que empecé a meditar. Algunas veces funciona mejor que otras.
Me levanté a las siete, hice mi sesión matutina de meditación (esta vez sin interrupciones) y subí a desayunar. Todos los pasajeros estábamos allí para la carrera. Con eso en mente, Mikael y Andrea habían preparado un menú incluso mejor que el de los días anteriores.
En una de las mesas estaban Neil Calwood y su esposa Nora, de Bariloche. Él es flaco, alto y participa por tercer año consecutivo. Mientras Neil corre, Nora esquía. Como estoy indeciso, le pregunto a Neil si va a usar pantalones cortos o largos. No lo duda un instante: "Con este frío, ¡largos!" Me cuenta que él siempre usa un pantalón de jogging. Además de quedarle cómodo, crea una cámara de aire que lo mantiene calentito. "Lo malo es que también te frena un poco, porque produce resistencia. Pero a mi edad no generás tanto calor y es importante mantener la temperatura". Sí, Neil es competitivo. Tiene 74 años.
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| Christian (izq.), Alejandra y Neil |
Desde una tercera mesa, alguien me pregunta si le podría prestar un cargador para su reloj. Es Alejandro Romero, de Banfield, otro competitivo corredor amateur que busca sumar puntos en la categoría de 10 km. El comedor desborda de expectativa. Luego de desayunar, bajo a cambiarme y enseguida salgo hacia el punto de largada.
Lluvia, nieve, lluvia
Llovía y estaba fresco, pero no había viento. Entre las tres categorías (5, 10 y 21 km.) se habían inscripto 750 personas. La salida fue frente a la biblioteca de Pehuenia, hacia la ruta provincial 13. Poco después, mientras quienes corrían 5 km. se desviaban del camino principal, tuve que quitarme los anteojos y dejarlos colgando porque se me empañaban y me molestaban para ver. Luego de un primer tramo por ruta se entraba hacia arriba por una picada en el bosque de araucarias. A partir de allí, casi todo el recorrido fue sobre nieve, o nieve y hielo. Tanto en la salida como en los primeros tramos en subida, avanzábamos bajo una lluvia débil. Poco a poco la lluvia se convirtió en nevada.
En el primer puesto de hidratación agarré un vaso con agua. Eran de plástico blanco. Tomé y se lo devolví a la misma persona que me lo había dado lleno. Unos metros más allá del puesto empezaba un sinfín de basura. Me cuesta entender qué pasa por la cabeza de quienes tiran residuos al piso. ¿Es que no les importa? ¿Creen que después alguien va a encontrar esa enorme cantidad de vasos blancos en un circuito de blanca nieve en el que, además, estaba nevando? En otras competencias, la organización pide que quienes corren entreguen sus residuos en un puesto de hidratación o que los bajen hasta la llegada. En este caso, no hubo mensajes de este tipo por parte de los responsables de la carrera.
Fuimos subiendo por un bosque de araucarias muy lindo. Mi plan era no zarparme en la larga pendiente ascendente que cubría la primera mitad del recorrido. Pensé en ir tranqui hasta arriba y luego, si podía y me sentía bien, acelerar en la bajada.
La senda estaba marcada con cintas naranja y el avance durante esa primera mitad fue lento.
Ahí recordé un comentario que me había hecho Neil esa mañana durante el desayuno: "si hay nieve en el camino y avanzás en fila india, tené cuidado cuando quieras pasar a alguien, porque la senda por la que subas quizás sea de hielo firme por las pisadas de quienes subieron antes, pero a los costados podés encontrarte con nieve floja y no sabés lo que hay
debajo; puede ser un pozo, una piedra, ramas…". El consejo me sirvió. De todos modos, en algún
momento pisé al costado y me hundí. Otra sugerencia que me dio Neil
fue que cuando vas avanzando hacia abajo por una picada de hielo, a
veces te conviene ir con las piernas un poco abiertas, pisando en las
“paredes” de la picada en vez de en el centro, para no perder el
control.Durante la acreditación me había fijado dónde habría puestos de hidratación, recordando que en la Champa Ultra Race los puestos no estaban exactamente donde decía la info previa. Acá pasó lo mismo. Además de estar en otros lados, me dio la sensación de que había más puestos de los anunciados. De todas maneras, salvo esa primera parada breve para tomar agua, no usé los puestos en todo el recorrido. Tenía líquidos y comida de sobra. Al llegar al segundo puesto estaba la bifurcación para los que hacían 10 km. El resto seguimos subiendo. La trepada terminó en el centro de esquí de Batea Mahuida. Había mucho hielo y estaba resbaladizo. Un par de personas de Gendarmería y del centro de esquí marcaban el camino. Era muy divertido el contraste entre la gente que pasaba cómodamente en esquíes y ese curioso grupo de quienes, revoleando los brazos para no perder el equilibrio, tratábamos a avanzar con zapatillas sobre la superficie helada. En cierto lugar, la pendiente estaba muy resbaladiza; un empleado del centro de esquí me avisó que los que iban más adelante habían hecho culipatín. Mientras empezaba a bajar con pasos cortos y mucho cuidado, fui pensando en mis posibilidades. La idea de deslizarme hacia abajo sentado me gustaba, pero tenía la mochila en la espalda y no quería hacerla mierda. Además, como estaba en shorts, me preguntaba si resbalaría bien (ahora me doy cuenta de que en ese momento no se me ocurrió lo loco de bajar haciendo culipatín sobre el hielo con unos shorcitos runner). Mientras rumiaba todo esto, la naturaleza decidió por mí: resbalé y caí de culo en el piso.
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| Si nos caemos, nos caemos bien |
Los últimos dos kilómetros crucé a varias personas que estaban dando lo mejor de sí para llegar. Una chica me dijo que tenía tenía frío, otro se movía como podía, con el rostro desencajado por el esfuerzo. Traté de alentar a quienes vi peor. Poco después crucé la meta. Tomé un vaso de bebida deportiva y dos cuartos de naranja. Me dieron la medalla, me quitaron el chip y luego una mujer se ofreció para sacarme una foto (con los dedos un poco hinchados, mojados y duros, luego de varios intentos yo estaba perdiendo la lucha por sacarme una selfie).
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| La foto es mala, pero el sándwich estaba tremendo |
Hasta la próxima.
Extra para nerds: ¿Qué me pongo?
De abajo hacia arriba, el equipo por el que opté fue: cinta médica gruesa en las caras interna y externa de los pies a la altura del nacimiento de los dedos. Por encima de eso, vaselina. Zapatillas de trail, pantorrilleras de compresión y medias largas (esto lo hice más que nada para mantener calientes las piernas). Unos calzoncillos deportivos que llegan casi hasta la rodilla, pantalón corto, monitor cardíaco (para evaluar variables post-carrera), vaselina en ingle y pezones. Remera finita de manga larga, buzo, la remera de la carrera y guantes. En la espalda, mochila de hidratación con dos litros de agua. Como esta carrera es parte del entrenamiento para el maratón de Buenos Aires de octubre 2017, decidí probar un par de cosas nuevas con la alimentación; llevé chocolate amargo (nunca más) y gomitas (tampoco). En el bolsillo de la mochi también llevé un silbato (por si me perdía) y un rompevientos flúo, por si se ponía demasiado frío. En la cabeza, cuello multifunción (también conocido como buff), protector solar, gorra y anteojos para sol.
Eso es todo. Si tenés alguna pregunta, comentario, crítica, etc., por favor dejalo acá abajo. Gracias!











