sábado, 2 de septiembre de 2017

Crónica de carrera: K21 Villa Pehuenia


El 27 de agosto corrí en Villa Pehuenia, una pequeña localidad en la costa norte del lago Aluminé, en la provincia de Neuquén, Argentina. Lo que sigue es una larga crónica de ese viaje y la experiencia de andar en zapatillas en nieve y hielo por primera vez.

Ida: el juego de la silla
El viaje de ida fue más largo de lo que esperaba. Luego de dormir alrededor de tres horas, la madrugada del jueves 24 salí hacia Aeroparque. La partida estaba programada para las 07:40. Cuando ya había pasado los controles de seguridad, por los parlantes anunciaron que el vuelo estaba demorado. Agradecí tener conmigo unas bananas y un mix de frutos secos. Me compré un café doble, lo tomé y me senté a esperar. Para aprovechar el tiempo, me puse los auriculares y empecé a meditar (estoy dando los primeros pasos en ese campo; practico todas las mañanas y todavía no sé si me gusta). En medio de la sesión de meditación, una señora me sacudió el hombro a la voz de "permiso", para que corriera la mochilita de hippie con Osde que había dejado en el asiento de al lado. Poco después llamaron para embarcar.

En el colectivo que nos llevó desde la terminal aérea hasta el avión, a mi lado iban una periodista y un camarógrafo. Ella hablaba de cómo, en el pueblo de donde era, todo el mundo conduce desde pequeño. "Mi hermano, cuando empezó a manejar, era tan chico que no le daba el largo de las piernas para pasar los cambios. Cada vez que tenía que apretar el embrague, se le paraba encima y desaparecía bajo el volante". En realidad, la periodista no decía embrague. Decía embriásh. El hermanito apretaba el embriásh. "Si venía alguien de frente, le daba la sensación de que el auto se manejaba solo. ¿Entendés?" El camarógrafo entendía.
El colectivo paró junto al avión. A pesar de que el vuelo estaba casi completo, en la fila que me tocó no había nadie (más tarde, con el traslado en tierra, no tendría la misma suerte). El comandante se disculpó por la demora y partimos. Dos horas después aterrizamos en Neuquén.
Tomé un segundo café con dos empanadas de pollo en el único bar del aeropuerto. Al mediodía llegó el micro Albus que una vez por día cubre la distancia entre la ciudad de Neuquén y Villa Pehuenia. En teoría, el viaje dura siete horas (la realidad fue un poco distinta). Al subir, encontré que en mi asiento había un señor de alrededor de sesenta años, con pelo blanco y tupido. "Perdón...", balbuceé tímidamente, pasaje en mano. Y antes de que pudiera terminar la frase, el hombre me miró con cara de pocos amigos. "Acá da todo lo mismo - dijo el señor. Hay lugar de sobra". (Por un instante, por un ligerísimo instante, estuve a punto de rendirme ante la mirada firme del señor de pelo blanco. A fin de cuentas, ¿qué tenía de especial el asiento 28A? Podía usar el 29A o el 33B, o algún otro que estuviera libre ¿no?. Quizás el señor tenía razón. Quizás daba igual todo igual. Pero después pensé que tal vez, mientras yo estuviera cómodamente sentado dormitando feliz en el 29A o el 33B, en una parada cualquiera subiría alguien con un pasaje para el 29A o el 33B a quien no le daría todo lo mismo como al señor, y yo tendría que embarcarme en una segunda negociación innecesaria sobre el asiento en plena precordillera neuquina). No me moví; permanecí parado al lado de mi 28A. "Bueno", dijo el señor canoso revoleando los ojos. "En el micro hay lugar para todo el mundo, pero si vos querés sentarte justo acá, no hay ningún problema". Se incorporó muy lentamente, tomó el bolso y el abrigo con los que se había apropiado también del 28B, levantó el culo del 28A y mientras me pasaba a pocos centímetros de la cara, me preguntó: ¿Vos no sos de acá, no?. Y yo: No.
-Vas a Pehuenia?
-Sí.
En camino de Neuquén a Pehuenia
-Vas a competir?
-Sí.
-Con razón. Tenías cara de k21.
Lo tomé como un halago. Me senté en el 28A y traté de dormir un rato. El bus se detuvo a mitad de camino. Había mal tiempo. ¿Señal de celular? Te la debo. Viento fuerte y hielo sobre la ruta obligaron a poner cadenas en las ruedas, tarea que emprendieron los dos choferes ayudados por otros tantos policías que venían a bordo. Algunos de los viajantes, entusiasmados, bajaron a ver la maniobra. Con un principio de mareo (viajar en un vehículo cerrado no está entre mis actividades favoritas), opté por quedarme en mi asiento y tratar de relajar el estómago. A los pocos minutos, quienes habían bajado volvieron restregándose las manos y con la curiosidad congelada por el viento. Después de un rato, ya encadenado, el micro arrancó otra vez y seguimos avanzando a marcha lenta. Llegamos a Villa Pehuenia ocho horas después de haber salido. Mi anfitrión me estaba esperando. Me puse las botas de goma, bajé a la calle nevada y oscura, y en pocos minutos estuvimos en la hostería.


Paseo y preparativos

Laguna verde
El viernes, al subir a desayunar tuve una sorpresa que me puso muy feliz. Me había hecho a la idea de que en la mesa de desayuno encontraría el clásico argentino; es decir, una combinación que desborda de harina blanca y azúcar, sin fibra ni vegetales ni nada que no sea dulce y que, en su versión típica se presenta en forma de café malo, pan blanco, mermeladas, budines y facturas. Sin embargo, había una bandeja con gran variedad de fruta fresca, una granola casera espectacular, semillas, pasas y yogur. Al probarlo, se me iluminó la cara. ¡Era yogur de verdad! "Los yogures que venden acá son una porquería llena de azúcar y gelatina. A veces se consigue uno en frasco de vidrio, pero es carísimo. Por eso preparamos casero". Creo que a partir de ese momento, me enamoré de Mikael, Andrea y su hostería.
Luego del desayuno fui a caminar con Chopper, guía local que resultó ser también entrenador y ex corredor de ultra distancias (carreras de más de 42 km.). El día estaba soleado y, a paso muy tranquilo, hicimos 14 km a pie hasta la laguna Verde, un pequeño espejo de agua entre los lagos Moquehue y Aluminé. Chopper me contó que, para proteger los pies en carreras largas, él se ponía cinta médica y luego aplicaba vaselina para quedar a salvo de los efectos de la fricción.

El sábado fui a buscar el chip y el número. La organización decidió hacer la entrega a 10 kilómetros del pueblo, en la confitería del centro de esquí en el cerro Batea Mahuida, administrado por la comunidad mapuche local. Corredoras y corredores estuvieron dando vueltas por el pueblo, buscando la forma de llegar al punto de entrega. La organización había puesto un micro, pero hubo algunos errores de comunicación y mucha gente no se enteró.

Cada quién con su porqué
La noche anterior a la carrera me desperté varias veces, pero en vez de comerme la cabeza con que estaba durmiendo mal, traté de navegar la situación lo mejor que pudiera. Esto es algo que estoy intentando poner en práctica desde que empecé a meditar. Algunas veces funciona mejor que otras.
Me levanté a las siete, hice mi sesión matutina de meditación (esta vez sin interrupciones) y subí a desayunar. Todos los pasajeros estábamos allí para la carrera. Con eso en mente, Mikael y Andrea habían preparado un menú incluso mejor que el de los días anteriores.
En una de las mesas estaban Neil Calwood y su esposa Nora, de Bariloche. Él es flaco, alto y participa por tercer año consecutivo. Mientras Neil corre, Nora esquía. Como estoy indeciso, le pregunto a Neil si va a usar pantalones cortos o largos. No lo duda un instante: "Con este frío, ¡largos!" Me cuenta que él siempre usa un pantalón de jogging. Además de quedarle cómodo, crea una cámara de aire que lo mantiene calentito. "Lo malo es que también te frena un poco, porque produce resistencia. Pero a mi edad no generás tanto calor y es importante mantener la temperatura". Sí, Neil es competitivo. Tiene 74 años.
Christian (izq.), Alejandra y Neil
En otra mesa Christian Acosta y Alejandra Verzelli especulan sobre cómo estará el tiempo durante la carrera. Llegaron desde Aldo Bonzi, en la provincia de Buenos Aires. Christian es ferroviario de la línea Belgrano Sur y cuando empezó a correr (hace un par de años) pesaba 130 kilos. Me muestra una foto de esa época. Lo reconozco, pero la diferencia es notable. Hoy pesa 100 y está organizando una carrera en La Matanza para los empleados y amigos del ferrocarril, “porque los ferroviarios somos todos gordos”. Contento y motivado, en una segunda foto exhibe orgulloso el diseño de las camisetas que él mismo preparó para la competencia. El sindicato le está dando una mano con la logística (ambulancia, corte de calles, policía, etc.). Alejandra también corre. Juntos han participado en carreras en Tandil y en Balcarce.
Desde una tercera mesa, alguien me pregunta si le podría prestar un cargador para su reloj. Es Alejandro Romero, de Banfield, otro competitivo corredor amateur que busca sumar puntos en la categoría de 10 km. El comedor desborda de expectativa. Luego de desayunar, bajo a cambiarme y enseguida salgo hacia el punto de largada.

Lluvia, nieve, lluvia
Llovía y estaba fresco, pero no había viento. Entre las tres categorías (5, 10 y 21 km.) se habían inscripto 750 personas. La salida fue frente a la biblioteca de Pehuenia, hacia la ruta provincial 13. Poco después, mientras quienes corrían 5 km. se desviaban del camino principal, tuve que quitarme los anteojos y dejarlos colgando porque se me empañaban y me molestaban para ver. Luego de un primer tramo por ruta se entraba hacia arriba por una picada en el bosque de araucarias. A partir de allí, casi todo el recorrido fue sobre nieve, o nieve y hielo. Tanto en la salida como en los primeros tramos en subida, avanzábamos bajo una lluvia débil. Poco a poco la lluvia se convirtió en nevada.
En el primer puesto de hidratación agarré un vaso con agua. Eran de plástico blanco. Tomé y se lo devolví a la misma persona que me lo había dado lleno. Unos metros más allá del puesto empezaba un sinfín de basura. Me cuesta entender qué pasa por la cabeza de quienes tiran residuos al piso. ¿Es que no les importa? ¿Creen que después alguien va a encontrar esa enorme cantidad de vasos blancos en un circuito de blanca nieve en el que, además, estaba nevando? En otras competencias, la organización pide que quienes corren entreguen sus residuos en un puesto de hidratación o que los bajen hasta la llegada. En este caso, no hubo mensajes de este tipo por parte de los responsables de la carrera.
Fuimos subiendo por un bosque de araucarias muy lindo. Mi plan era no zarparme en la larga pendiente ascendente que cubría la primera mitad del recorrido. Pensé en ir tranqui hasta arriba y luego, si podía y me sentía bien, acelerar en la bajada.
La senda estaba marcada con cintas naranja y el avance durante esa primera mitad fue lento. Ahí recordé un comentario que me había hecho Neil esa mañana durante el desayuno: "si hay nieve en el camino y avanzás en fila india, tené cuidado cuando quieras pasar a alguien, porque la senda por la que subas quizás sea de hielo firme por las pisadas de quienes subieron antes, pero a los costados podés encontrarte con nieve floja y no sabés lo que hay debajo; puede ser un pozo, una piedra, ramas…". El consejo me sirvió. De todos modos, en algún momento pisé al costado y me hundí. Otra sugerencia que me dio Neil fue que cuando vas avanzando hacia abajo por una picada de hielo, a veces te conviene ir con las piernas un poco abiertas, pisando en las “paredes” de la picada en vez de en el centro, para no perder el control.
Durante la acreditación me había fijado dónde habría puestos de hidratación, recordando que en la Champa Ultra Race los puestos no estaban exactamente donde decía la info previa. Acá pasó lo mismo. Además de estar en otros lados, me dio la sensación de que había más puestos de los anunciados. De todas maneras, salvo esa primera parada breve para tomar agua, no usé los puestos en todo el recorrido. Tenía líquidos y comida de sobra. Al llegar al segundo puesto estaba la bifurcación para los que hacían 10 km. El resto seguimos subiendo. La trepada terminó en el centro de esquí de Batea Mahuida. Había mucho hielo y estaba resbaladizo. Un par de personas de Gendarmería y del centro de esquí marcaban el camino. Era muy divertido el contraste entre la gente que pasaba cómodamente en esquíes y ese curioso grupo de quienes, revoleando los brazos para no perder el equilibrio, tratábamos a avanzar con zapatillas sobre la superficie helada. En cierto lugar, la pendiente estaba muy resbaladiza; un empleado del centro de esquí me avisó que los que iban más adelante habían hecho culipatín. Mientras empezaba a bajar con pasos cortos y mucho cuidado, fui pensando en mis posibilidades. La idea de deslizarme hacia abajo sentado me gustaba, pero tenía la mochila en la espalda y no quería hacerla mierda. Además, como estaba en shorts, me preguntaba si resbalaría bien (ahora me doy cuenta de que en ese momento no se me ocurrió lo loco de bajar haciendo culipatín sobre el hielo con unos shorcitos runner). Mientras rumiaba todo esto, la naturaleza decidió por mí: resbalé y caí de culo en el piso.
Si nos caemos, nos caemos bien
Era más fácil seguir así. En vez de tratar de levantarme, le avisé a la chica que estaba adelante que la iba a pasar, me adelanté por el costado con la cabeza a la altura de sus rodillas y seguí deslizándome para abajo unos cuantos metros. Al ceder un poco la pendiente, me paré y empecé a trotar. Estábamos justo frente a la entrada de la confitería del centro de esquí y había un pequeño grupo de gente que alentaba. Poco más adelante un gendarme me indicó donde quedaba el último puesto de hidratación. La gente allí fue muy amable y cuando me vieron llegar enseguida ofrecieron agua y comida. Todavía tenía bastante en la mochila, así que en lugar de detenerme, les agradecí y seguí de largo. "Guarda con la bajada, que está resbaladiza", oí que me decían mientras salía hacia el camino de autos por el que habíamos subido en la Land Rover de Neil el día anterior para buscar los kits. En medio de la bajada, la nevada se convirtió en lluvia y me crucé con Christian, el compañero de la hostería. Intercambiamos dos palabras, le deseé éxito en lo que quedaba de carrera y seguí para abajo. Se lo veía muy bien y yo también estaba disfrutando. En general, durante la carrera me sentí fuerte y estable. En las etapas más avanzadas tuve una molestia en los abdominales y no me asusté, sino que me recordé que era normal y que tenía que correr con esa molestia. De todos modos, fue mucho más suave que  el dolor que había sentido ahí mismo durante mi primer maratón.
Los últimos dos kilómetros crucé a varias personas que estaban dando lo mejor de sí para llegar. Una chica me dijo que tenía tenía frío, otro se movía como podía, con el rostro desencajado por el esfuerzo. Traté de alentar a quienes vi peor. Poco después crucé la meta. Tomé un vaso de bebida deportiva y dos cuartos de naranja. Me dieron la medalla, me quitaron el chip y luego una mujer se ofreció para sacarme una foto (con los dedos un poco hinchados, mojados y duros, luego de varios intentos yo estaba perdiendo la lucha por sacarme una selfie).
La foto es mala, pero el sándwich estaba tremendo
Neil me había dicho que en el edificio grande al lado de la llegada había baños, así que me acerqué. Al entrar, mientras que en una punta estaban entregando premios, en la otra vendían comida. Ni lo dudé. Compré un sándwich de pastrón, repollo, zanahoria y cebolla que me pareció lo más rico del mundo mundial. A trote lento y bajo la llovizna recorrí los dos kilómetros que me separaban de la posada. Cuando llegué me di una ducha y me eché a descansar. A las once de la noche salí en el micro hacia Neuquén. Estaba lleno de gente que había corrido la carrera. También subió el señor canoso de la ida. Esta vez, se sentó en la butaca de otro.
Hasta la próxima.



Extra para nerds: ¿Qué me pongo?
De abajo hacia arriba, el equipo por el que opté fue: cinta médica gruesa en las caras interna y externa de los pies a la altura del nacimiento de los dedos. Por encima de eso, vaselina. Zapatillas de trail, pantorrilleras de compresión y medias largas (esto lo hice más que nada para mantener calientes las piernas). Unos calzoncillos deportivos que llegan casi hasta la rodilla, pantalón corto, monitor cardíaco (para evaluar variables post-carrera), vaselina en ingle y pezones. Remera finita de manga larga, buzo, la remera de la carrera y guantes. En la espalda, mochila de hidratación con dos litros de agua. Como esta carrera es parte del entrenamiento para el maratón de Buenos Aires de octubre 2017, decidí probar un par de cosas nuevas con la alimentación; llevé chocolate amargo (nunca más) y gomitas (tampoco). En el bolsillo de la mochi también llevé un silbato (por si me perdía) y un rompevientos flúo, por si se ponía demasiado frío. En la cabeza, cuello multifunción (también conocido como buff), protector solar, gorra y anteojos para sol.
Eso es todo. Si tenés alguna pregunta, comentario, crítica, etc., por favor dejalo acá abajo. Gracias!

sábado, 19 de agosto de 2017

Dolor


 La primera mentira
“El lugar olía fuerte a alcohol. Cuando el especialista en oídos abrió el esterilizador hubo un chirrido. Al ver la aguja en su mano (era tan larga como la regla que yo llevaba en mi cartuchera) me puse tenso. El doctor sonrió con una sonrisa que transmitía confianza y dijo la mentira por la que los médicos deberían ir presos (y con condena doble para los que mientan a un chico): 'Relajate, Stevie, no te va a doler'. Le creí. Deslizó la aguja dentro de mí oído y me pinchó el tímpano. Jamás sentí un dolor tan fuerte en mi vida. Lo único que se le acerca es cuando una camioneta me atropelló en 1999. Ese dolor duró más, pero no fue tan intenso. El pinchazo en el tímpano produjo un dolor más allá de todo. Grité. Adentro de mi cabeza hubo un fuerte sonido, como de beso. Del oído me empezó a salir un líquido caliente, como si estuviera llorando por el agujero equivocado. Dios sabe que, a esa altura, ya estaba llorando lo suficientemente fuerte por los agujeros correctos”.

Por lo que recuerda, la primera vez que Stephen King fue al otorrinolaringólogo no la pasó muy bien. Al lado de lo del pobre Stephen, el dolor que sentí durante mi primer maratón no fue nada. Sin embargo, ahí estaba. Empezó como algo sutil. Una molestia imprecisa en algún lugar de la cintura para abajo. Hacía poco que había pasado el control del kilómetro 21 y a esa altura de la carrera ya no se oía tanta gente charlando. La masa avanzaba un tanto desperdigada y silenciosa, salvo por algunas respiraciones que se fueron haciendo más fuertes y lastimeras a medida que nos movíamos. En su libro De qué hablo cuando hablo de correr, Haruki Murakami dice que cuando uno corre con otra gente “se puede distinguir fácilmente a los principiantes de los veteranos. Los que respiran a bocanadas cortas y jadeando son los principiantes, en tanto que los veteranos lo hacen de modo silencioso y regular. Sumidos en sus pensamientos, su corazón les va marcando lentamente el tiempo. Cuando nos cruzamos por los caminos, uno capta el ritmo respiratorio del otro y percibe cómo el otro marca el tiempo”.
Muy lindo, muy poético lo de Murakami, pero no me preguntes cómo estaba yo respirando en ese momento porque no tengo la menor idea. Lo haría tan fuerte como la gente que me rodeaba, supongo. Atrás de mí, una señora bajita se quejaba de que la subida a la autopista en Constitución la había agotado. “Pasa que no se puede poner semejante subida al principio de la carrera. Así no hay forma de llegar”, le decía a uno que la acompañaba y que, sin aire para emitir opinión, solo movía la cabeza como asintiendo. Por suerte, los lamentos de la señora fueron cada vez más leves, hasta que se dejaron de oír. (Digo “por suerte” porque yo también la estaba pasando mal. Y lo que menos necesitaba en ese momento era escuchar lamentos). Además de los jadeos, lo que tampoco desaparecía era las imágenes: quienes abandonaban el circuito y enfilaban para la carpa de la Cruz Roja agarrándose de acá con cara de "¡cómo me duele!", quienes dejaban de correr y empezaban a caminar, quienes me pasaban como si fuera una torre de iluminación...
En medio de esa sobredosis de estímulos externos, decía, algo indefinido, entre la cintura y los pies, me empezó a molestar. Al principio no le di mayor importancia hasta que en un momento pisé mal y el dolor por un instante se hizo agudo y preciso. Me dolía la panza, justo arriba de los genitales. Mucho. Al principio me generó confusión. ¿Qué es esto? ¿Por qué me duele? ¿Me habré lesionado? Era un dolor poderoso, que no había sentido jamás en el entrenamiento, que no esperaba. A la sorpresa inicial le siguieron la preocupación y la incertidumbre.


El pequeño Stevie vuelve al otorrino
Una semana después de la primera visita, la mamá llevó a Stephen King de nuevo al especialista en oídos: “otra vez estaba de costado sobre la camilla, con el paño absorbente debajo de la cabeza. El doctor de nuevo produjo ese olor a alcohol (un olor que todavía asocio, supongo que como tanta otra gente, con el dolor y la enfermedad y el terror). Y reapareció la larga aguja. Otra vez el doctor me aseguró que no me dolería. Y otra vez le creí. No del todo, pero lo suficiente como para quedarme quieto mientras la aguja se metía en mi oído. Dolió. De hecho, dolió casi tanto como la primera vez. El sonido de beso en mi cabeza fue más fuerte que la vez anterior. Esta vez fue como un beso gigante, como de lenguas que chupan y se contornean. “Liiiiisto - dijo la enfermera cuando ya todo había pasado y yo estaba echado, llorando en un charco de pus aguachento. Solo duele un poquiiiiiiito. Y vos no querés quedarte sordo, no? Yaaaaaastá”.

El dolor abdominal durante mi primer maratón no se terminó luego de esa mala pisada. Solo bajó un poco en intensidad, me acompañó hasta que crucé la meta y no desapareció hasta un par de días después de la carrera. Habían pasado muchos meses desde ese episodio cuando me enteré de que mi experiencia no había tenido nada de misterioso ni extraordinario. Tal como le pasó al pobre Stephen King cuando estaba en primer grado, nadie me dijo lo que de verdad iba a pasar, aunque fuera algo bien sabido. Enterate: cuando uno corre una carrera, en algún momento la va a pasar mal.
Me terminé de convencer de que el episodio abdominal no había sido taaaaan loco cuando leí la historia de Brian Barraza contada por su entrenador Steve Magness. Cuando Barraza era un estudiante de primer año en la Universidad de Houston, tuvo la oportunidad de calificar para el campeonato nacional de 10 km en Estados Unidos. Pero en lugar de terminar dentro de los 10 mejores, como había hecho todo el año, llegó en el puesto 28 y la pasó mal durante toda la carrera. “Me dolió un montón. En ningún momento pude sentirme cómodo”, le dijo a Magness. El entrenador se pasó un año trabajando con Barraza. Además de la preparación física, buscaron la manera de que Barraza aceptara que cada carrera y cada sesión de entrenamiento intenso iban a ser dolorosas. Que aprendiera a sentirse cómodo con la incomodidad y el sufrimiento. Un año después de su estrepitoso fracaso, Barraza volvió a la misma carrera. Terminó cuarto. No solo le había ido mucho mejor que la vez anterior, sino que había vivido la experiencia de otra forma. Cuando las cosas se pusieron mal de verdad, Barraza no trató de negar el dolor ni de combatirlo. En vez de estresarse u obsesionarse con el sufrimiento, se dijo que lo que le estaba pasando era normal. Y así logró volver a relajarse.

¿Y ahora qué hago?
Hace poco aprendí que si quiero hacer algo bien, tengo que practicar una y mil veces. Que emprender algo nuevo no es de una vez y para siempre, sino que necesito trabajar mucho. Así que no puedo sentarme a comer pringles con la medalla del año pasado colgada del cuello (¡maldición!). En 2016 pude correr 42 kilómetros por primera vez. Ahora, si quiero correr bien un maratón (o, por lo menos, mejor que el año pasado), tengo que volver a correr uno. Pero hay un detalle que lo cambia todo: a diferencia de lo que ocurrió el año pasado, esta vez sé que me va a doler.  Y si no son los abdominales, habrá otra cosa que va a hacer que la pase mal.
Diego Frenkel recuerda a una mujer que le sugirió hacerse amigo del dolor. Bueno, quizás yo no necesite hacerme amigo amiguísimo. Pero por lo menos debería poder convivir con él sin querer extirparlo o largar todo a la mierda, pedir un Uber y volver a casa en medo del recorrido. Quiero aprender a reconocer que está, sentirlo cuando aparezca, y luego no combatirlo, sino más bien dejarlo en paz. En vez de poner la energía en ese tremendo dolor justo ahí que me sale justo ahora y que yo sabía que no tenía que haber hecho esto y lo otro y que todo es culpa de que anoche dormí mal y qué mal que la estoy pasando, ponerla en hacer eso que sé hacer, eso que estuve entrenando, eso que tanto me gusta y que (aunque esa parte no me guste tanto), incluye al propio dolor. Porque esta vez sé que la piedra en la zapatilla (o ese dolor justo ahí) no va a desaparecer. Pero yo puedo elegir cómo me llevo con esa piedra. Si la relación es como la que tuve con el dolor abdominal del año pasado, nos vamos a llevar como el orto. Quisiera que cuando la vocecita interior prenda los reflectores, los apunte al filo de la piedrita y me grite: “mirá, tarado, esa piedra que tenés ahí te está haciendo doler como si te hubieras puesto a saltar sobre una aguja”, yo pueda decir “sí, ya sé, viajamos juntos”, y seguir andando. Porque, a fin de cuentas (como dice Anne Lamott en Pájaro a pájaro), está todo bien con las vocecitas interiores que me recuerdan lo que está mal. Podría pasarme horas escuchándolas y comiéndome la cabeza. Pero seguramente en algún momento, con la piedrita aún moviéndose en las zapatillas, voy a querer dedicar mi energía a algo más productivo.

Saber que uno la va a pasar mal y entrenarse en eso de convivir con el dolor. No parece una idea muy compleja. Pero una cosa es entender una idea y otra es hacerla propia. Por ahora la entiendo y estoy tratando de adueñarme de ella. Cuando tenga novedades, te cuento.

Ah, ya que estamos: Stephen King volvió a visitar al médico de los oídos una tercera vez. Si querés saber qué pasó, la historia está en su libro Mientras escribo [On Writing], una obra maravillosa. Hasta la próxima. Entretanto, si este texto te hace enojar, te gusta o te llama a decir algo, por favor hablá acá abajo. Y si te parece que este blog le puede interesar a alguien que conocés, por favor compartilo. Gracias.


martes, 1 de noviembre de 2016

Corrí 42 km (o Alguien grita en el ropero)


Empecemos por el final: tras más de seis meses de preparación, inseguridades, lesiones, idas y vueltas... ¡corrí mi primer maratón!
Escribo estas líneas casi un mes después de la carrera. Durante medio año el maratón había ocupado gran parte de mis pensamientos. Necesitaba tomar un poco de distancia antes de sentarme a escribir sobre la experiencia.

La idea de preparar un maratón había surgido el año pasado, luego de correr mi segundo circuito de 21 kilómetros. No me planteé el desafío como algo dramático, sino como el paso lógico luego de haber corrido varias carreras de 10 km. y dos de 21 km. en un proceso que había nacido dos años antes, en 2014. Más que como algo épico, el maratón se asomó como un objetivo natural dentro del proceso. No estaba seguro de poder lograrlo, pero quería intentarlo. Si en el camino me daba cuenta de que resultaba demasiado, tendría que sentarme a repensar el entrenamiento y ajustar mis objetivos. Nada me obligaba a seguir hasta el final.

Hola planchas, mucho gusto

Tras averiguar cuál era la preparación necesaria para una carrera de 42 kilómetros, me enteré de que no contaba con los requisitos que hacen falta para este tipo de eventos. Es decir, no estaba corriendo la distancia mínima semanal que varias fuentes aconsejaban como base, ni tenía fortaleza física en abdominales, glúteos, espalda, etc. En consecuencia, el primer paso fue calmar un poco la ansiedad y asumir que debía arrancar desde un escalón más abajo. Primero tendría que buscar un tipo de entrenamiento que me llevara de manera gradual hasta un nivel que sería el punto cero como para entrenar de manera responsable. Estaba por debajo de lo mínimo. El desafío y las limitaciones eran claras.

Luego de varios días de bucear en los distintos sistemas de entrenamiento (como punto de partida usé la tabla comparativa en Fellrnr) decidí prepararme siguiendo los principios de Jay Johnson. En general, me gustó el modo en el que trabaja este entrenador. Además, Jay comparte mucha información online (tanto a través de su sitio web como en su podcast). En un principio pensé en usar su libro para maratón, pero luego la publicación se atrasó en salir a la venta, así que tuve que reconstruir sus principios de entrenamiento a partir de los datos que Jay hace públicos. Así, el ciclo empezó más de seis meses antes de la carrera, con ocho semanas de trotes y fortalecimiento general.

Lecciones

La etapa siguiente fue de 22 semanas en las que seguí lo mejor que pude la forma de trabajo que propone Jay Johnson. El nivel de exigencia fue incrementándose muy de a poco. Semana tras semana se sumaban ejercicios o se modificaban las rutinas. Aprendí que no se trata de ir cada vez más rápido o cada vez más lejos y que tampoco tenía que correr siempre igual, sino que cada salida debía tener un objetivo específico. Y que si, al terminar el ejercicio, cumplía el objetivo del día, podía volver a casa contento independientemente de la distancia o el tiempo que le hubiera dedicado a esa sesión en particular. También aprendí (y lo fui notando de manera muy concreta en mi cuerpo) que si quiero mantenerme sano debo hacer ejercicios de fortalecimiento; que no son un lujo ni un detalle, algo "extra" al entrenamiento, sino que forman parte de él. Aprendí también a correr "por sensación". Esto es, a mantener mi atención más lejos del reloj y más conectada con cómo me estoy sintiendo, para ir ajustando en función de mis sensaciones. Aprendí que es importante hacer una salida larga por semana (un "fondo" en la jerga runner argenta) y a separar los días en fáciles y difíciles, con un día difícil semanal (además del día del fondo).

El ciclo terminó. Corrí los 42 km. Me hubiera gustado hacerlo en menos tiempo, estar más fuerte y correr con más agilidad. Sin embargo, ahí están los datos: corrí 42 kilómetros sin parar, un objetivo que hace dos años era doblemente impensable. Por una lado, porque no me parecía atractivo como objetivo. Por otra parte, porque no era algo realista. Y, otra vez, sin embargo, ahí está: corrí 42 kilómetros.

Lo que quedó

La experiencia me deja un par de cosas. La primera enseñanza me llegó, valga la paradoja, como un brutal golpe al ego: no tengo idea de hasta dónde puedo llegar. Podría, claro, seguir haciéndome el tonto y decir "no puedo", como si no hubiera corrido esos 42 km., pero eso sería de una hipocresía mayúscula. ¿Con qué cara digo "no puedo" ante un contratiempo ahora que tengo la medalla colgada en el ropero? No, ya no es tan fácil. ¿Cuáles son los fundamentos que me permiten asumir que las cosas deben funcionar bien desde el arranque? Qué gesto más arrogante que el de pensar que uno es tan genio que todo le va a salir bien de una.
Ahora me cuesta más bajar los brazos ante una dificultad. Con mucha frecuencia las cosas me salen mal, o no salen como las había planeado: preparo una ensalada nueva y queda insípida; escribo un texto y al leerlo me encuentro con que es mediocre; organizo una actividad que me parece genial y ninguno de mis amigos tiene interés... Antes me resultaba más fácil renunciar ante estos contratiempos. Si la ensalada no quedaba bien, admitía que no había sido una buena idea y me preparaba otra cosa; mi texto mediocre era una prueba de que soy un escritor berreta y que quizás deba poner mi energía en otro lado; si mis amigos no demostraban interés en una actividad sería porque la actividad no era interesante. Ahora ya no es tan sencillo tener esa actitud sin sentir que estoy actuando como un psicópata, como alguien disociado de la realidad que construye un mundo paralelo a fuerza de mentiras. Porque si para algo sirve la medalla del Maratón de Buenos Aires colgada en el ropero es como prueba de que muchas cosas que a primera vista me parecen imposibles, pueden no serlo.

Nigel Holmes tradujo las ideas de Dweck al lenguaje visual
Ahora no me puedo hacer el idiota. Asumo que las cosas no me van a salir bien desde un principio y pienso en qué voy a hacer cuando me dé la cabeza contra la pared la próxima vez. Admito que si quiero progresar tengo que salir de mi elemento, de ese lugar en el que todo me sale bien porque lo domino. Si quiero mejorar, tengo que ponerme en una posición nueva e incómoda, y estar dispuesto a fallar y a aprender de esos errores. Tengo que poder recibir y procesar críticas, y con ellas ajustar mis prácticas, pulirlas.

Dos textos que me ayudaron mucho en este recorrido: el libro Mindset, de Carol Dweck y el paper Grit: Perseverance and Passion for Long-Term Goals, de A. Duckworth y C. Peterson.

No corrí 42 km porque sea un dotado, ni por tener una gran fortaleza o estado físico. De hecho, carezco de esas tres cualidades. El primer maratón está ahí porque no me rendí por el camino, porque seguí entrenando con lluvia y con frío, pero sobre todo porque seguí poniéndole energía incluso en esos días en que me despertaba pensando que no sirvo para nada, que nunca había sido deportista y que nunca lo sería, que ya estoy viejo para estos trotes, que mejor me dejo de joder, que quién me manda, que qué necesidad hay, que el tiempo de correr le quita tiempo a mi pareja/trabajo/familia/younameit. Aun en esos días, salí a correr. Aún en esos días hice las planchas y los balanceos de piernas y las zancadas. Y el resultado está ahí, en forma de medalla que cuelga del ropero. Explícito, tangible, casi violento: corrí 42 kilómetros. 42 kilómetros que nunca habría podido correr si le hubiera hecho caso al agorero sentido común que tantas veces y con tan diversos motivos me sugirió que dejara de intentarlo.

Gracias por leer. Si estas líneas te motivan, dejá tu opinión acá abajo. También me podés ubicar en twitter @pablospringernu. Hasta la próxima.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Medio Maratón de Buenos Aires

La noche previa a esta carrera dormí como el orto. Ansiedad, restos de jet lag por un viaje reciente al otro lado del mundo, estrés... Motivos no me faltaban. Apagué el despertador a las 4:50, diez minutos antes de que sonara. Había decidido usar la competencia como ensayo general de lo que será mi primer maratón (¡sólo falta un mes!). Iría al ritmo que quiero hacer durante la segunda mitad de mis primeros 42 km. Las comidas de antes, durante y después de este medio maratón también serían como si la carrera fuera un maratón completo. La noche anterior dejé listo el licuado que suelo usar en los fondos, el chaleco de hidratación, el desayuno ya cocinado (tiritas de pollo con especias tandoori salteado en aceite de coco y un pedazo de batata hervida), la remera con el dorsal puesto y el chip en la zapatilla.

Entrega de remeras por talle
Creo que la organización del Medio maratón de Buenos Aires fue exitosa en ciertos detalles que suelen ser ignorados en otros eventos parecidos. La remera, por ejemplo, era de excelente calidad. No solo era muy buena, sino que antes de retirarla podías probarte el talle para estar segur@ de que te estabas llevando algo con lo que estuvieras conforme. Además, la entrega de remeras estaba organizada por talle. Fui a retirarla el jueves por la tarde y no tuve que esperar. El hecho de que se pudiera ir a buscar el material en distintos días y durante una generosa franja horaria, seguramente contribuyó a que no se hicieran largas filas.

Otro detalle que me gustó fue que el día de la carrera había personal que pasaba periódicamente para limpiar los baños químicos del sector de largada. Además, a lo largo de todo el recorrido, el circuito me resultó seguro. Más allá de las motos con fotógrafos y las ambulancias, no había vehículos entre l@s corredor@s, y l@s participantes estuvimos protegid@s de posibles intrusiones de automovilistas despistad@s.

La largada: más desprolija que mi escritorio

Si tenías blanco, rosa o azul, todo bien. Si no...
Un par de días antes de la carrera, al retirar la remera, el dorsal y el chip que te permite conocer tu ritmo de carrera, me entregaron una pulsera de color. Para ordenar la largada, l@s organizador@s usaron un código de colores según el ritmo al que un@ pensaba que correría.

Si el sistema estuviera bien implementado y l@s participantes lo respetaran, cada un@ largaría junto con l@s que corren a velocidades parecidas y se evitarían los empujones. En teoría suena divino. En la práctica, funcionó a medias. Para empezar, porque el corral de largada tenía accesos diferenciales por color. Así, l@s de pulsera blanca entraban por un lugar, más atrás l@s de cinta rosa, luego l@s de azul, y luego... ¿Y luego? Luego nada. Solo había accesos organizados para l@s atletas más veloces. De ahí para atrás fue un "arreglate como puedas". Hubo bastante desconcierto. Quienes tenían pulseras amarillas, rojas, violetas y doradas iban de un lado para el otro sin saber por dónde acceder al corral. Para complicar más las cosas, un guardia de seguridad en el acceso azul impedía entrar a quienes tenían pulseras de ese color, bajo el argumento de que como faltaban solo diez minutos para la largada, la entrada ya estaba cerrada. Hubo insultos, forcejeos y alguna que otra trompada voladora.
Dentro del corral: camión, colectivo y falta de accesos por color
Mientras tanto, algo más atrás, entre autos y camiones mal estacionados, una masa compacta de gente buscaba accesos alternativos. En general, l@s participantes tomaron esta falta de organización con mucha calma y buena onda. A medida que iban entrando al corral desde el fondo, cada un@ se ubicó donde pudo. Así terminaron en la práctica las buenas intenciones del código de colores.


La carrera 

Mucha gente. No, no. Mucha de verdad. Desde que largaron quienes estaban adelante de todo (l@s afortunad@s de la pulserita blanca) hasta que crucé la línea de partida transcurrieron más de nueve minutos. Atrapado en la masa que esperaba detrás del arco de largada ("No estás atrapado en la masa. Sos parte de ella. Hacete cargo", dice una vocecita interior), avancé a paso lento hasta que pude llegar al punto que marcaba el inicio de los 21 kilómetros de competencia. Atrás, la fila continuaba. A diferencia de otras carreras, esta es particularmente masiva. Me imagino que si tenés fobia a las multitudes hay mejores lugares para pasar un domingo a la mañana. 

El recorrido fue similar al del año pasado. Se sale de Palermo y se va hacia el centro. Disfruté mucho pasear por el obelisco, la Plaza de Mayo y subir a la autopista Illia para volver hacia Palermo.

Al llegar al kilómetro 17, dentro del túnel que pasa por debajo de la Avenida Lugones a la altura de la Av. Casares, me topé con un auto blanco incrustado contra la pared; tenía el parabrisas destrozado. Detrás, un patrullero estacionado. Entre ambos autos, dos varones sentados en el piso con cara de "la idea no era terminar así el sábado". "Te dije que no te distrajeras con los fotógrafos" les gritó un vivo que corría a mi lado. A los pibes del auto arruinado no pareció hacerles mucha gracia la chanza. 

La llegada

¡Llegamos! Ah, no, no, pará. Ese arco es el de un auspiciante. 100 metros más adelante: ¡ahora sí, por fín! Uy, no, ese otro arco era de otro sponsor. La escena se repitió una y otra vez. Hubo casi media docena de falsos arcos de llegada. No solo confundían a l@s corredor@s, sino que algunos de ellos eran más angostos que la avenida. Si venías medio desprevenid@ te los podías llevar por delante. Una vez cruzado el verdadero arco de llegada, todo fluyó. Había gente de la organización que te instaba a no quedarte parad@, hubo reparto de agua, bananas y bebidas deportivas. Además, había mucha gente para retirar los chips del calzado y darte la medalla. Otro detalle que a much@s les habrá gustado: las medallas de quienes llegaban entre l@s primer@s eran distintas.

Tras salir del sector de llegada, me encontré con unos amigos, me estiré un poco y volví a casa. Estaba cansado y con hambre. La mañana estaba soleada y fresca, ideal para andar en bici. Disfruté el viaje de regreso tanto como la carrera. Al llegar me bañe, tomé un vaso de licuado y comí un poco de pescado con un nuevo trozo de batata. La dosis diaria de actividad física estaba cumplida. Era hora de poner el cuerpo en otras tareas.

Despedida

Así pasó el medio maratón de Buenos Aires. ¿Vos lo corriste? ¿Cómo te fue? ¿Te estresa participar de este tipo de eventos? ¿Te gustaría ir, pero no te animás? Me encantaría conocer tu experiencia. Por favor, compartila aquí abajo como comentario.
¿Tenés críticas, comentarios o sugerencias sobre el contenido de esta, o cualquier otra nota del blog?No dejes de contactarte, ya sea por aquí o en twitter, donde me encontrás como @pablospringernu. Allí también publico experiencias propias y ajenas. Sea por allí, por acá o en ambos sitios, será hasta la próxima. 

lunes, 15 de agosto de 2016

Preparando el Maratón de Bs As

Altra Torin, zapas planas a prueba durante los días livianos
El entrenamiento para correr mi primer maratón sigue en marcha. Al momento de publicar esta entrada, faltan 54 días de trabajo.
Desde la entrada anterior, quizás los cambios más importantes hayan sido que corrí por primera vez 30 kilómetros (en la Buenos Aires Sur) y que estoy visitando regularmente a una nutricionista que me ayuda a comer de una manera más eficiente. Con su asesoramiento, sigo perdiendo los kilos que tengo de más. Aún con algo de sobrepeso, logré llegar a niveles que me parecían imposibles y estoy saliendo de la "zonas de riesgo" en la que permanecí durante unos cuantos años marcados por el sobrepeso y el sedentarismo.
Con poco tiempo para el blog, acá va sin filtro mi última entrada del diario de entrenamiento. Fue una sesión bastante exigente, con resultados muy buenos. Quedé agotado. No creo que sea para hacer todos los fines de semana, sino quizás una vez por mes.

Tipo de entrenamiento
Fondo de 29 km c/ progresión: 1 km easy + 17 km steady + 10 km on + 1 km easy.

Desayuno
2 horas antes de correr. Palometa al horno c/ sal y un poquito de mostaza, 1 rodaja de batata hervida.
20 minutos antes de correr: 1 banana chica, un par de cucharadas soperas de granola casera.

Comida y bebida durante el entrenamiento
Banana, maca, chía y... a batirrrr!
Licuado de 3 bananas medianas, 2 cucharadas soperas de chía molida y otras 2 de maca, 3 cucharadas soperas de azúcar de mascabo, 1 pomelo rosado grande, agua hasta completar 600 cm3. Además, 1,25 litros de agua en la espalda.
En la sesión de fortalecimiento tomé un licuado hecho con un pomelo rosado, jengibre, agua, stevia y hielo. Tenía mucha sed.

Fortalecimiento
2 x (50’’ planchas laterales + plancha boca arriba + superman)
2 x (20 clams por lado + 8 leg raises pie neutral + 8 pie hacia afuera + 8 pie hacia adentro + 20 donkey kicks por lado + 20 fire hydrant por lado + 10 sentadillas a una pierna en silla c/ brazos estirados adelante por lado)
4 x (15 bíceps martillo + 10 vuelos frontales + 10 vuelos laterales)
2 x (8 bíceps martillo c/ más peso + 12 tríceps a dos brazos por encima de la cabeza)
2 x (5 bíceps martillo c/ más peso aun + 8 tríceps a dos brazos c/ más peso)

Movilidad
10 rotaciones de rodilla hacia adelante en 4 patas + 10 hacia atrás por lado
10 rotaciones de rodilla hacia adelante parado + 10 hacia atrás por lado
10 balanceos laterales de piernas por lado
10 balanceos frontales de piernas por lado
10 balanceos frontales rápidos c/ rodilla flexionada por lado

Estiramientos y rodillo
Me estiré con el cinturón. Me pasé el rodillo por gemelos, sóleo y un poco de banda iliotibial. La iliotibial duele mal.

Comentarios
Por segunda semana consecutiva, el licuado me resultó demasiado dulce. Creo que debo bajar la cantidad de azúcar de mascabo a 3 cucharadas al ras, y ver cómo me siento.
Analógico y digital
No sé si fue porque estoy por enfermarme o por el estrés, pero claramente me sentí con poca energía durante toda la sesión. Los 17 km steady me costaron. No tenía las piernas cansadas ni me faltaba el aire, pero era difícil mantener el ritmo. No llevé la sesión pregrabada en el reloj, sino que iba pasando los segmentos a mano. Para steady me propuse ir a 150 pulsaciones por minuto, que veo que es un nivel de esfuerzo con el que me siento bien y que puedo mantener en el tiempo. Durante los km de steady empecé a pensar que con la poca energía que tenía, seguramente no era buena idea tirarme a hacer 10 km en on (la progresión anterior había hecho 4 km a ese nivel de esfuerzo). De todos modos, si bien nunca sentí que recuperaba la energía, al llegar a los 17 km steady (18 acumulados) decidí intentar pasar a on (160 pulsaciones por minuto), con la idea de que si no llegaba a hacer 10 km, siempre podía volver a bajar a steady cuando quisiera. Terminé haciendo los 10 km en on. Me costó mucho, en especial los últimos 3 km. Luego cerré con 1 km easy. Terminé muy cansado. Durante la sesión de fortalecimiento se asomaron algunos calambres que luego desaparecieron (¿por haber tomado más líquido durante la sesión?) y no interfirieron con la rutina.

Lesiones o molestias
Llevo varios días durmiendo mal por estrés. Hoy y ayer a la mañana me levanté con molestias en la garganta y un poco de mocos. Siento que estoy combatiendo un resfrío incipiente.
El desgarro abdominal se siente (lesión de grado 1 en la unión de los oblicuos con el recto), pero parece estar curándose. Empecé a ponerme hielo. Como consecuencia de la lesión sigo sin poder hacer la rutina Core X, ni las planchas boca abajo, ni flexiones de brazos, ni tríceps en silla.

Por favor, dejá tus comentarios, críticas, dudas, etc. acá abajo. También me encontrás en twitter.
Gracias y hasta la próxima.

lunes, 20 de junio de 2016

¿Demasiada información?

Mea culpa, mea culpa. Hace mucho que no escribo y todavía no publiqué la prometida nota sobre la visita a la nutricionista. Un viaje de laburo me sacó de la rutina y el ideal de publicar una entrada por semana terminó en un cajón. Pero, ey!, hola, ya estoy de regreso. Y así como me las llevé a Chile, las ganas de escribir volvieron conmigo. Reprogramar y empezar de nuevo, de eso se trata. Además, el atraso en la escritura tiene su lado positivo: esta semana será la quinta visita a la profesional de la nutrición, así que ya no tengo una foto de esa experiencia, sino más bien una (breve) secuencia. De todas maneras, hoy quiero escribir sobre otra cuestión.

El entrenamiento para mi primer maratón sigue progresando y ya no estoy solo en el proyecto: se sumó un amigo querido y eso me llena de emoción. Estoy entrenando en bloques de dos semanas, metiendo pequeños cambios cada quince días. Mi plan original de usar como guía el libro de Jay Johnson no pudo ser. La publicación del libro está demorada y tuve que recurrir a otras fuentes como guía de entrenamiento. Precisamente de eso se trata la entrada de hoy: de las fuentes de información.

Llegué al running gracias a un amigo. Él se había enganchado un par de años antes con esto de correr y me convenció de intentarlo. Con su apoyo di los primeros pasos. Después de un año empecé a querer mejorar y ahí fue cuando las cosas se complicaron. Al buscar en internet quedé mareado por la enorme cantidad de información: que hay que comer esto, que no hay que tomar lo otro, que hay que estirarse antes de correr, que estirarse es malo y te podés lesionar, que tenés que correr apoyando las puntas de los pies, que tenés que correr descalz@, que si no entrenás un mínimo de X veces por semana estás perdiendo el tiempo... Era imposible seguir todos los consejos.

Luego de un par de experimentos fallidos que no sirvieron para nada y, por suerte, no me lesionaron, empecé a aplicar ciertos filtros (a propósito, si alguna vez pasaste por el Cementerio de Chacarita y viste a uno que iba saltando en puntas de pie, era yo). Estas son las maneras que encontré de tamizar la información que circula por sitios web y redes sociales:

  1. El primer filtro fue descartar aquellos consejos que recomendaban hacer algo (pisar así o asá, hacer tal o cual ejercicio, etc.) que cambiaría mi estado físico en muy poco tiempo. Aprendí que los cambios son lentos, graduales. Que hay que tener paciencia. 
  2. El segundo filtro fue buscar información destinada a personas que tienen un estado físico parecido al mío. O sea, todos los consejos del tipo "Esta corredora regrossa que termina maratones en dos horas y media hace este ejercicio. Hacelo y correrás tan rápido como ella." Si yo voy lento como una babosa y jamás en mi vida corrí un maratón, probablemente el ejercicio que hace esta corredora no sea lo que yo esté necesitando en este momento. Este filtro implicó comerme un poco el ego y aceptar dónde estoy. Puede ser un shock, claro, porque en una de esas te das cuenta de que no te estabas entrenando sobre la base de tu estado actual, sino sobre un ideal (sobre la idea de cómo te gustaría estar, sobre el recuerdo de cómo estabas en tu mejor momento, sobre las expectativas que creés que tienen tus amig@s, etc.) que tiene poco que ver con la realidad.  
  3. Por más exitosas que fueran, quedaron también descartadas las sugerencias que no encajan con mi forma de vida. Por ejemplo, "según un estudio realizado en Italia por investigadores de la Universidad Della Pindonga, comer carne vacuna todos los días, fortalece tus músculos, mejora tu rendimiento y prolonga tu vida de atleta". No me importa lo fabuloso que sea el sistema propuesto. Si bien no soy vegetariano, no como carne vacuna más que un par de veces al mes y no estaría dispuesto a obligarme a un cambio tan radical. Igual que con el punto anterior, esto requiere una buena dosis de autocrítica: si en mi mundo ideal yo como carne día por medio, pensar en clavarme un bife de chorizo todos los días suena como algo realizable. Pero más allá de ese mundo ideal, lo que vale es el mundo real. Si en mi mundo real como carne dos veces al mes, probablemente no sea realista proponerme comer carne todos los días. 
  4. El cuarto filtro que apliqué fue dejar afuera los consejos muy específicos que vienen de fuentes no expertas. Si alguien dice que hacer tal ejercicio es fabuloso, lo primero que me pregunto es quién es ese alguien y cuál es la plataforma donde se publica la información. Que yo te recomiende hacer un ejercicio equis porque a mí me funcionó de maravillas, no tiene más valor que el de una anécdota cualquiera. No soy entrenador y no hay ninguna garantía de que lo que yo hago te sirva a vos. Me interesa escuchar lo que le pasa a otra gente, pero cuando tengo que elegir cómo entrenar o cómo alimentarme, escucho a l@s expert@s. 
¿Cómo hacés vos para informarte? ¿Seguís a alguien en twitter? ¿Hay algún libro/podcast/sitio que te haya ayudado? Si tenés ganas, contá tu experiencia acá abajo. A propósito, unas semanas atrás me sumé al mundo de twitter. Hasta la próxima.

lunes, 9 de mayo de 2016

Entrenamiento. Semanas de fortalecimiento 7 y 8

Llegó el final. Tras ocho semanas, ayer terminé el programa de fortalecimiento de Jay Johnson y quería contarte cómo me fue. Sin dudas, el trabajo se nota y mi estado físico actual es distinto de lo que era cuando empecé. Desde afuera casi no hay cambios: sigo teniendo panza y mis reservas de grasa son suficientes como para hacer varias rondas de tortas fritas. Pero me siento diferente: estoy más fuerte y más estable. Lo noto en cosas cotidianas, como cuando subo escaleras, camino o viajo en subte o en tren. Mi cuerpo está más "armado" y, cuando el vagón se sacude, no pierdo el equilibrio. También se siente al correr: no voy cayéndome sobre mis piernas. Antes, al correr sentía que llevaba a cuestas un peso muerto que se iba desmoronando a cada paso, sobre mis pies. Ahora, en ese espacio indefinido que va desde las rodillas hasta los hombros parece que hubiera músculos trabajando. Ojo, digo que parece, eh. Si trabajan o no, no tengo idea.

La progresión de ejercicios de Jay Johnson es lenta y está organizada en bloques de dos semanas. No me resultó fácil, pero tampoco fue imposible avanzar de la primera etapa a la segunda, de allí a la tercera y luego a esta última. 


Una cosa interesante que aprendí durante estas ocho semanas es por qué hay que hacer ejercicios de fortalecimiento. Me enteré de que cuando corrés de manera regular, mejorás tu capacidad aeróbica. Es decir, sentís que tenés más aire y te cansás menos. Ya había aprendido que al correr se genera una sensación de placer: te sentís bien y te dan ganas de seguir corriendo, o de volver a correr al día siguiente. Pero ahora pude agregar un dato más: correr no fortalece ni un poco tus músculos. Para eso se necesita hacer otro tipo de actividad física. Ahí es cuando entran en juego los programas de fortalecimiento.

Según dijo hace unos días el Dr Iñigo San Millán en una entrevista (en inglés) para el podcast Run to the Top, el exceso de entrenamiento es algo muy común entre quienes corremos de manera no profesional. San Millán sostiene que algo típico de nosotr@s es que, a diferencia de l@s profesionales, salimos a correr como loc@s cada vez, pues partimos de la falsa creencia de que hay que sufrir, hay que cansarse y tiene que doler. ¡Qué gross@s que somos! Bueno, parece que no es así. Y que si hacés eso, lo más probable es que termines rot@, con una lesión que te haga abandonar todo. En suma, que hay que fortalecerse. 

Próximos pasos

Ahora que terminé con este ciclo, empecé a ir al gimnasio. ¡Caradura!, dirás. ¡Después de todo lo que despotricaste contra el gym! Bueno, chic@s, la vida es así. ¿O acaso un@ no puede cambiar de opinión? Es más, no solo arranqué con el gym, sino que consulté a una nutricionista, para saber cuántas tandas de churros se pueden hacer con la grasa que me sobra. El resultado lo tendré en un par de días. Te lo cuento el próximo domingo. Hasta entonces.

Entretanto, por favor dejá tus dudas, comentarios o críticas acá abajo. ¡Gracias!